La importancia de manejar las emociones como cuidador y su papel de cuidador, curador o acompañante de un ser querido que está atravesando una situación de salud compleja, posiblemente cercana al final de su vida, conlleva una serie de emociones y desafíos que no siempre son fáciles de manejar.
En este artículo, nos enfocaremos en algunas de estas emociones y exploraremos cómo afectan al cuidador en su labor.
Una de las emociones más comunes que experimentamos como cuidadores es la frustración.
La frustración surge de la incapacidad de lograr algo, y en este caso, nos preguntamos qué es lo que no podemos lograr:
- Mejorar la salud de nuestro ser querido
- Proporcionarle una buena calidad de vida
- Aliviar su dolor
- Entre otros.
Esta sensación de impotencia puede generarnos malestar, nublando nuestra comprensión de que no está en nuestras manos sanar a esa persona, eliminar su dolor o mejorar su salud.
Sin embargo, sí está en nuestras manos brindarle amor incondicional, compañía, traer alegría a sus días oscuros, asegurarnos de que reciba los medicamentos necesarios y, sobre todo, estar ahí para él o ella, en silencio, apoyándolo, escuchándolo, extendiendo nuestra mano y mostrando nuestro hombro.
Cuando brindamos amor incondicional,
tenemos la certeza de estar haciendo mucho
por nuestro ser querido.
Si hablamos del enojo, que a menudo surge como consecuencia de la frustración, nos preguntamos con quién estamos enojados y por qué.
Es posible que nos enojemos con nosotros mismos, con nuestros seres queridos, con aquellos con quienes convivimos, nuestros hijos, pareja, padres o hermanos.
¿Realmente por qué nos enfadamos?
Porque no aceptamos y reconocemos que estamos cansados, agotados, y que no somos superhéroes capaces de hacerlo todo.
No buscamos ayuda y apoyo en otros, a pesar de que quizás compartan o tengan incluso más responsabilidad que nosotros en el cuidado.
Necesitamos descansar y reconocer que no es un error pedirlo, es más bien un acto valiente.
Es importante involucrar a todo el grupo familiar en el cuidado, distribuir las cargas para que no sean demasiado pesadas.
El hecho de hacerlo no significa que tengamos menos amor por nuestro ser querido o que le estemos fallando.
Incluso si no estamos presentes, lo inevitable ocurrirá, pero nosotras o nosotros no estaremos enfermos, agotados y sin fuerzas.
Otra emoción que afecta enormemente al cuidador es el miedo: «Enfrenta tus miedos y serás libre», dice el dicho popular.
El miedo nos encierra y nos ciega, ya que el miedo es oscuridad, una carencia de luz.
Desde la perspectiva del cuidador, tememos no estar haciendo las cosas bien, que nuestro ser querido no se recuperará, equivocarnos, no proporcionar el apoyo que necesita y así sucesivamente.
Estos temores nos impiden realizar nuestra tarea con paz interior, armonía, amor, aceptación, comprensión y compasión tanto hacia nuestro ser querido como hacia nosotros mismos.
Los miedos y temores no nos permiten reconocer que no todo está en nuestras manos, que estamos haciendo lo que podemos y dando desde lo que sabemos y tenemos.
Sumergidos en la frustración, el enojo y el miedo, tendemos a experimentar soledad.
Nos encerramos en nosotros mismos, dejamos de compartir, de expresarnos, de buscar ayuda y no dejamos entrar la luz.
Aumentamos el peso de nuestra mochila emocional y nos sumergimos en la depresión.
¿Qué ocurre entonces con nuestra paz interior?
Simplemente, desaparece.
Otra emoción que afecta significativamente al cuidador es la culpa, y la primera persona a la que culpamos suele ser a nosotros mismos.
Sentimos que merecemos castigarnos, imponiéndonos la obligación de cuidar a nuestro ser querido sin importar nuestros sentimientos, deseos, descanso, gustos o incluso nuestra propia vida.
Estas emociones, junto con otras que no se mencionan aquí, nos llevan al sufrimiento.
El sufrimiento se manifiesta como malestar físico, mental, emocional y espiritual, y nos impide vivir en tranquilidad.
Sin embargo, es importante entender que el sufrimiento no es el resultado de la realidad presente, sino de la interpretación que nuestra mente hace de ella.
El sufrimiento es producido por una mente aferrada al deseo, los prejuicios, los miedos y cualquier otro sufrimiento negativo o de rechazo.
Es fundamental liberarnos del sufrimiento a través de un cambio interno, trascendiendo las limitaciones de nuestra mente mediante la firme decisión de hacer lo necesario para liberarnos de creencias limitantes.
Dejar de sufrir requiere esfuerzo, superación personal y transformación interna.
Este sufrimiento afecta la armonía de nuestros cuatro cuerpos como cuidadores.
Cuerpo físico: necesita cuidado en términos de salud, alimentación y descanso.
Cuerpo mental: requiere atención para evitar pensamientos negativos y creencias limitantes que generan emociones desfavorables.
Cuerpo emocional: se ve afectado cuando reprimimos y bloqueamos nuestras emociones, anestesiando así nuestra vida.
Cuerpo espiritual: se resiente debido a las emociones negativas, debilitándose como el puente entre nuestro ser humano y nuestro ser superior, cualquiera que sea nuestra creencia.
Cuando liberamos el peso de esta mochila emocional, nuestra vida se vuelve más plena, tranquila y llevadera.
Solo entonces podemos cuidar adecuadamente a ese ser querido que nos necesita, estando presentes en el aquí y el ahora, sin ser arrastrados por el peso de nuestras emociones.
El cuidado se vuelve una tarea enriquecedora y llena de significado cuando encontramos la manera de equilibrar nuestras propias emociones y necesidades, permitiéndonos cuidar a otros desde un lugar de amor y serenidad.
Con amor, Esperanza Carmona.
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